No podía dejar de mirarlo. Intentaba distraer su atención fijándose en la gente que pasaba, en el intenso tráfico, en los escaparates de enfrente, en cualquier otra cosa que no fuera él, pero sus ojos, como hechizados, volvían una y otra vez a posarse en su figura.
Resultaba muy atractivo y terriblemente deseable.
Estaba sola, sentada en la terraza de un bar cualquiera y nadie la conocía en la ciudad. Un corto y rápido viaje por negocios que ya había resuelto, y aún faltaban varias horas para coger el avión de vuelta a casa. Tenía un fuerte deseo y le sobraba tiempo. ¿Porqué no? Rompería su promesa de fidelidad, pero... ¿Quién se iba a enterar?
Volvió a mirarlo. ¡Era perfecto! Como a ella le gustaban. No debería desaprovechar la ocasión.
Para evitar toda posibilidad de indiscreción por su parte, iría a la habitación del hotel. Aún podía disponer de ella durante tres horas y la llave seguía en su bolso. Había olvidado entregarla.
La fiebre del deseo la poseyó y, en segundos, se sintió profundamente excitada.
Lo imaginó ante ella, entre sus manos, retador y sumiso a la vez, siendo objeto de su particular ritual de placenteros preliminares antes de... Cerró los ojos y se vió acariciándolo dulce y levemente con las yemas de sus dedos, mirándolo con lujuria mientras su boca se acercaba a él con peligrosa ansiedad, y dejar que la punta de su lengua lo recorrería entero, lamiéndolo y chupándolo como una posesa hambrienta.
Sería el principio de su loca locura para caer poseida en el delirio que le provocaba atrapar entre sus labios su parte más delicada y considerablemente prominente, motivo de su repentina y vehemente gula.
La sintió dura, suave, dulce... ¡exquisita! La mantuvo dentro de su boca caliente y húmeda, saboreándola lentamente, hasta sentir como se derretía.
De pronto algo la sobresaltó haciéndola volver a la realidad, obligándola a abandonar sus lascivos pensamientos.
Volvió a mirarlo. Lo tenía allí, muy cerca, casi al alcance de su mano.
Se levanto resuelta de la mesa y sin dudarlo, se puso ante él mirándolo retadora.
Se giro ligeramente y dirigiéndose al camarero le dijo:
--Por favor, póngame ese pastel de nata y punta prominente de chocolate. Para llevar, gracias.
Pagó la cuenta y temblando de emoción, con el gran pastel entre sus manos, se dirigió a la habitación del hotel.
¡A tomar por saco la dieta! ¿Quién se iba a enterar?