RETORNO DEL MALIGNO

RETORNO DEL MALIGNO

¡Oídme todos!
¡Oídme, por favor, os lo suplico!
Pues el demonio ha regresado al Sauce
con un ejército de terroríficos
monstruos, sacados del profundo averno,
de allende los abismos.

¡Oídme!
Porque está en juego vuestro sano juicio,
vuestra tranquilidad, ¡la Vida misma!
¡Tal es la magnitud del cataclismo!

¡Fuego! ¡Sangre! ¡Terror! ¡Desolación!,
se ciernen sobre el Bosque y sus contritos
habitantes, cual manto funerario.
¡Venid aquí! ¡Escuchad cuanto os digo,
por mi amada Ethz-Ilá!,
pues hoy ha retornado el vil maligno.

¡Ay de mí! ¡Pobre de mí!
¡Qué terrible tesitura,
no tener más descendencia
-de momento no hay ninguna-
o a la meiga contrariar,
ocasionando su furia!

¡A nadar entre dos aguas!
Que mi ilustrísimo jefe
tiene un insano transtorno,
de esos que pegan fuerte:
que le prepare el jacuzzi
con lo que hieden las huestes...

Mas por la meiga me pirro,
me deleitan sus caricias,
sus curvas despampanantes
y ese pompis que titila
al compás de las luciérnagas...
¡Qué miserable es mi vida!

¡Pencho! Mi dilecto amigo,
¿Qué harías tú en mi lugar?
¡Maldita sea mi estampa!
porque en mi vida no hay paz,
debatiéndome entre el cielo
y los designios del mal.

Yujuuuuuuuuu...

Yujuuuuuuuuuuu...

¡Irreflexivas y coquetas brujas!
Pensar en manicuras y peinados,
cuando es su alma la que corre riesgo
ante el maligno y su millar de astados.

Se cierne un manto de dolor y muerte,
una prisión que os va a dejar aislados,
suplicios sin final y sin indulto,
una dura condena a los pecados...

¡Abrid los ojos! De Satán huíd,
de sus huestes de zombis y lisiados,
pues nada bueno traerán al Bosque,
a sus parajes grises y cansados.

Desátame ya, meiguiña
te prometo ser sensata
y soplar desde la orilla
hasta que enfríe ese magma

Luego podremos bañarnos
todos en buena compaña
y hasta hacer un aquelarre
con Baltasor de mucama.

Loado seas Gran Druida
siempre sabio aunque agorero
tienes toda la razón
mas no nos metas más miedo

pregunta a tu amada diosa
por el poder o remedio
que convierta a Baltasor
en sumiso, cual cordero

¡Shhh! ¡Shhiisst! ¡Chitón!

Baje la voz doña Mim
¿No ve que estoy escondiéndome,
entre ramas de azalea,
de mi ilustrísimo jefe?

Lo de la Meiga fue broma,
que nuestro idilio es de siempre,
con sus esbeltos tacones
y brujeril don de gentes...

Estos calderos que llevo
son del Maligno y sus huestes.
Para atajar su perfume,
las soluciones de siempre:

Un artilugio antigás,
a los golpes resistente
-incluso a los arañazos-,
de policarburo inerme.

También los hay de madera
con un resorte de peltre.
¡La subestimada pinza,
la de colgar ropa ¡¡Leñe!

Baltasor, el Maligno, observa con cuidado
el trajín de sus huestes acarretando magma;
el lago se encabrita lanzando espumarajos.

Un horrible quejido, como de mil gargantas
inhumanas, se extiende por el tranquilo Bosque,
cuando la escoria lleva sus caricias al agua.

No hay nadie que se oponga, no hay nadie que trastoque
los planes del demonio. Sobre el Reino se cierne
un peligro terrible que lo coloca al borde

de la extinción total, mientras el Lago hierve...
En los alrededores del mismo se arrejuntan
las brujas y los gnomos y también otros seres

que, igual que la hojarasca, tiemblan. ¡Una locura!
¡Una ignominia! gritan, como si Baltasor,
en su inmensa arrogancia, se fuera a echar la culpa.

El cielo se oscurece, el humo tapa el sol;
los efluvios de azufre venenoso marchitan
las flores y los árboles, una triste canción

que se extiende veloz desterrando alegrías;
una capa mortuoria, el lúgubre tañir
de campanas de muerte. ¡Horrible pesadilla!

¿Quién nos protegerá? ¿Quién será el adalid
de nuestra causa? Dudan, mirando a la taberna.
¿Quién pondrá, se preguntan, a nuestros males fin?

Y desde el más oscuro rincón de la despensa,
allá donde envejece el vino y el aroma
a limón reconforta, se escucha una promesa:
¡Yo, Pencho el Tabernero, me cubriré de gloria!

¡Yo, el duende Melquíades, me subiré a la noria!