Alla en la madrugada... cuento de Hallowen

En un revuelo de alas verdes, las cotorras, volando desde las ramas se confundían con la mañana de primavera.

Chillando y volando en círculos, por momentos volvían a las ramas como si no estuvieran seguras de partir, las palmeras se alivianaban sintiéndose libres. Sus ramas se mecían con la suave brisa…

Cuentan los que saben de historias, y de la historia de este viejo mundo, que en un mes de Octubre, allí el alma errante de un poeta, se rebelo contra la muerte instituyendo el día de los muertos y los vivos, los fantasmas y las brujas, los hechizos y la magia, volviendo todos en tropel, comandados por una tal Bruja Min, capitana de legiones de brujas que salieron de sus tumbas.

El lago cristalino del bosque embrujado, donde un Sauce milenario era testigo de tantas historias milenarias, miraba tristón moviendo sus ramas la soledad del paisaje.

Afuera puro temblor, las estrellas se escondían con la llegada del Lucero del Alba.

Poco a poco, la Taberna del Duende Pencho, el duende de los limoneros preparaba sus hierbas mágicas, que maceraba en el alcohol que extraía de plantas salvajes que solo el conocía y llenaba los viejos barriles de madera, con un exquisito bebraje, para alegrar a sus parroquianos el día del Aquelarre.

Fantasmas y ánimas venidas de lejanos castillos abandonados, iban llegando al Bosque del amor brujo, y ya los leños comenzaban a arder, para que se calentaran las ánimas salidas de los cementerios, sus ateridas almas.

También condes y condesas, desempolvaron sus raídos trajes, que la erosión del tiempo, había hecho jirones. Las lechuzas miraban para uno y otro lado, el desfile incesante de almas perdidas en el infinito del tiempo, siguiendo la caravana con ímpetus y ganas de sumarse a los festejos. Todo era alegría.

Otros, que habían caído al lago, de tanto mirarse en sus aguas como espejos, volvían a resurgir de entre las aguas ante la mirada complaciente del Sauce, que agitando su follaje, secaba sus lágrimas.

No pensaba en la antigüedad de su origen, el sabia que existía igual que el océano, igual que el lago, igual que el cielo y las estrellas, y llevaba orgulloso grabados en su tronco los nombres de tantos poetas que pasaron por su camino.

Brujilda se adorno con caracolas, almejas, piedras, y los espantapájaros rodeaban su escoba con estrellas de mar traídas desde el Mar Negro, dispuesto a encadenar para siempre a sus encantos a algún brujo de alguna tribu extinta, que volvería a la vida con los traguitos que preparaba su amigo el Pencho.

También Blanca nieves, convertida en una vieja desdentada, había comprado un campo cosechando manzanas envenenadas por si encontraba a esa maldita bruja.
Pero ella también recobro su juventud, y volvio con los enanitos verdes que se ocultaban entre la maleza.

Cenicientas y princesas, que habían hecho historia, estarían en la fogata danzando felices, y brindando con el Conde que enrulando sus finos bigotitos, pensaba con placer, en tantas bellas meigas que tendría para elegir.

Así en la eternidad del tiempo, desfilando ante el horizonte que unía la vida y la muerte, todos unidos, volvían al Paraíso terrenal haciendo un viaje deslumbrante sin comienzo ni fin.

Brujilda del Buen Aire