Esta noche no le apetece acostarse temprano y sale un rato a pasear por la ciudad. Piensa en tomar una copa en cualquier garito de los muchos que tienen sus puertas abiertas a las calles que, poco a poco, se van llenando de gente con ganas de divertirse en la primera noche del fin de semana. No acaba de decidirse por ninguno y continúa andando y alejándose lentamente del bullicio del centro.
Ha salido a una amplia avenida poco transitada. Faltan pocos minutos para las doce.
Un movimiento apenas perceptible, como el vuelo de un pájaro, le hace levantar la vista hacia los balcones. Una mujer joven está apoyada en la barandilla mientras fuma un cigarro. Lleva una especie de túnica que deja entrever su silueta y permanece con la vista fija en un punto determinado, frente a ella. Él vuelve la cabeza y se sorprende al darse cuenta de que una luna llena, redonda y brillante se recorta en el cielo, allí, justo delante de sus ojos.
La mujer le está mirando y su boca dibuja la sonrisa más dulce que él ha visto jamás. El cabello oscuro refleja el brillo plateado de la luna y enmarca un rostro perfecto. Él está inmóvil, teme que si hace algún movimiento ella desaparezca como por arte de magia. Pero ante su atónita mirada, la mujer hace un gesto con la mano abierta, que él entiende como “espera”, y se pierde en la oscuridad de la habitación.
Gloria se mira al espejo. Sus ojos despiden un brillo cegador, mientras desliza su lengua húmeda sobre el carmín rojo de los labios.
Cierra la puerta de su casa y respira hondo intentando reprimir el aullido animal que pugna por salir de su garganta. Está preparada y ansiosa.
Es una buena noche para cazar y ella ya ha encontrado su presa.